Insuficiencias semánticas














Te quiero y no te quiero "exactamente…"
(con esto quiero expresar
que ese te quiero que te digo a veces
no se corresponde exactamente a lo que siento...)

Por lo tanto, para que tú me entiendas,
vamos a establecer tres normas básicas:

PRIMERA:
Cuando tú leas este Te quiero...
tienes que imaginar que eres un viajero en el Ártico
y que desde la proa del barco
estás viendo solo la punta
de un iceberg muy grande y sumergido.

SEGUNDA
Cuando tú leas este otro Te quiero...
tienes que imaginar que no acudiste
al concierto en directo de esta placita de pueblo
que es mi corazón en bullicio,
y escuchas solo un murmullo lejano
desde el salón de tu oído.

TERCERA:
Cuando tú leas este definitivo Te quiero
tú no puedes tomártelo literal,
amor mío.

Has de ser consciente de que yo utilizo
(no por adorno, cariño,
sino por pura impotencia
ante la insuficiencia de la semántica)
un recurso literario,
que se denomina metonimia.

Y tomo solo una parte,
cojo una parte pequeña,
escribo una parte diminuta,
murmuro una parte esmirriada,
solo una parte, canijilla y coja,
tan ruin, la pobre parte...
tan enclenque...
                          tan débil…

por este todo GRANDE

que es

quererte.

La montaña, Enrique Anderson Imbert



     El niño empezó a trepar por el corpachón de su padre, que estaba amodorrado en su butaca, en medio de la gran siesta, en medio del gran patio. Al sentirlo, el padre, sin abrir los ojos y sotorriéndose,  se puso todo duro para ofrecer al juego del hijo una solidez de montaña. Y el niño lo fue escalando: se apoyaba en las estribaciones de las piernas, en el talud del pecho, en los brazos, en los hombros, inmóviles como rocas. Cuando llegó a la cima nevada de la cabeza, el niño no vio a nadie.
     –¡Papá, papá! –llamó a punto de llorar.
     Un viento frío soplaba allá en lo alto, y el niño, hundido en la nieve, quería caminar y no podía.
     –¡Papá, papá!
     El niño se echó a llorar, solo sobre el desolado pico de la montaña.


Enrique Anderson Imbert
Por favor, sea breve. Antología de relatos hiperbreves
Ed: Páginas de espuma

Mil besos


Mil besos a flor de labio,
llenos de esperanza loca,
desfallecen a diario
por no encontrarte la boca.

Mil besos nacen de nuevo
para besarte otra vez,
disponiéndose en relevo
con tozuda insensatez.
Y debajo de mi manta,
otros mil en corazón,
y otros mil en la garganta
fallecen de inanición.

Cada uno, agonizando,
convulso por no encontrarte,
otros tantos va alumbrando,
que se mueren… por besarte.

Así, ni uno ha fracasado,
aunque no alcance su meta,
que cuando estés a mi lado
infinita cadeneta

de besos locos, hambrientos,
desesperados, ansiosos,
desatados y violentos
sintiéndose victoriosos,

se agolparán a besarte
y saldrán en estampida,
bastantes para colmarte
de besos toda la vida

LA MARCA



No mires fijamente a la cuchilla.
Que la hoja que reluce casi hipnótica
lleva la MARCA 
                              lleva la MARCA
lleva la MARCA, la MARCA, la MARCA...

No mires en el fondo de ese horno.
La pared, en lo obscuro y en lo ignoto,

lleva la MARCA 
                             lleva la MARCA
lleva la MARCA, la MARCA, la MARCA...

No mires desde el puente hacia el asfalto.
La distancia que te haría ser un pájaro
lleva la MARCA 
                             lleva la MARCA
lleva la MARCA, la MARCA, la MARCA...

No mires al que rie en el espejo.
Que detrás de su pupila el horror vacui
lleva la MARCA.


POR SI ACASO. ROMANCE HIPOTÉTICO.


 
Por fin tenía a la Luna
 al ladito de su cama,
(por si acaso conocía
a la mujer que soñaba...)

Después de dejar los dedos
subiendo aquella montaña,
(por si acaso, y con gran suerte,
un día la enamoraba...)

Después de arañar el cielo,
sangrando al desencajarla,
(por si acaso alguna prueba
de su amor le reclamaba...)

Después de cargarla al hombro
y volver sufriendo a casa,
(por si acaso un imposible
le exigía su mirada...)

Pero por fin la tenía.
Justo al lado de su cama.

Durmió solo, e intranquilo.
Por si acaso... se volaba.

  

Ay!

(Este poema fue publicado en la antología Memoria y Euforia, de la editorial Hipálage, Sevilla, 2012)


Ese ¡ay! que susurraste en un quejido
se prendió en mi pensamiento de una rama,
y es un ¡ay! que desde entonces se derrama
mansamente al corazón desde el oído.

Ese ¡ay! no fue escuchado, fue vivido,
y abrazándolo a tu ausencia de mi cama
su recuerdo con mi sueño se amalgama
y otro ¡ay!, a tu costado, solo pido.

Quiero un ¡ay! que me llegue con tu aliento,
que se vierta a mi garganta de tu boca,
que me beba con un trago de saliva.

Sólo un ¡ay! que me sirva de alimento.
Que sofoque, suave, este ¡ay! que se desboca
y lo salve de morirse a la deriva.

Una autora: Amalia Bautista.


Hoy me gustaría dedicarle esta entrada del blog a la poetisa Amalia Bautista (Madrid 1962), una de las pocas autoras contemporáneas que se decantan decididamente por la sencillez y la cotidianidad en sus escritos. Su poesía se ha calificado de minimalista,  en cuanto rechaza sistemáticamente los cultismos y las intertextualidades y orienta su obra hacia el tono coloquial y los temas cotidianos: poemas breves, a veces irónicos, con finales en ocasiones sorpresivos. Y sin embargo, nada más lejos de la superficialidad: sus palabras calan con una hondura difícilmente igualable e incluso pueden llegar a ser solemnes, dejando siempre un poso de profundidad y de importancia.

(Si quieres leer alguno de sus precisos poemas, pulsa  aquí abajo)