El retrato.



Mañana se clausura la exposición itinerante y aún no sabe qué extraña fuerza le ha atado al banquito durante semanas, inmóvil, mirando el cuadro. La composición es simple: un rostro femenino que parece escudriñarlo, una ventana, un paisaje urbano que le resulta familiar. Pero cada día percibe nuevos detalles. Hoy atisba dentro de la cabina telefónica la figura borrosa de un hombre alto. De repente recuerda esa plaza de Vancouver, y llevado de un súbito impulso, sale del museo, toma dos buses, y alcanza el auricular al quinto repiqueteo. La voz suena dulce: "Estás muy lejos, cariño, acércate...". Regresa y obediente se aproxima al retrato, pudiendo advertir ahora, en las pupilas de la mujer, el reflejo escorzado de la habitación donde se encuentra. Un armario macizo y dos sillones rojos le permiten reconocer la pensión y no puede evitar acudir de nuevo. No le sorprende ya encontrarla allí, de cuerpo entero, aunque sí descubrir que estaba pintando. También verse a sí mismo en el lienzo, inmóvil, observando, sentado en el escabel del museo.
- Disculpa las prisas -dice ella-, pero hoy mismo debía terminarlo. Y gracias por haberte acercado al cuadro, cielo: tanta distancia me impedía apreciar el color exacto de tus ojos.

Aashka

(Este relato ha sido publicado en la revista Sea breve, por favor: AQUÍ.)


Algunas veces me incomoda mi miembro fantasma, ese brazo que no tengo. Es un dolor reumático e irritante, que me impulsa a rascar con una aguja de calceta bajo la inexistente escayola. Pero también es un dolor sinestésico. Porque me sabe a saltos en los charcos, a pirueta y a brinco, a libertad satisfecha. Es un dolor inmensamente feliz.
Curiosamente, mis otros miembros escindidos —la cabeza, mi otro tronco, las piernas por las que una vez corrió mi sangre— no me producen molestias. Solo sufro de ese brazo, el que nunca estuvo, el que jamás existió. Más curiosamente, ayer mi preciosa Aashka me comentaba que le sucede exactamente lo mismo. Y ambas nos reímos a un tiempo, porque aunque hace ya quince años que nos separaron con éxito, siempre seguiremos siendo hermanas siamesas simétricas.

Extraterrestres (III)



- Tranquila, hija. Subiré a ver.
Aún oía pasos en el piso superior cuando papá le puso la mano sobre el hombro.
- ¿Ves, cariño? No existen...
Otro papá le sonreía desde la cocina.

Silencio.


Mamá llora. Pero el gorrión se posa suave sobre mi pecho. Cierro los ojos. Dejamos de aletear.

A la tarde.


Están tan enamoradas la A y la Y, que cuando salen a pasear de la mano solo saben decir suspiros.

Vocación

(Finalista en el concurso Cuenta 140)


En escena, la acróbata vaginal aprieta el lápiz y escribe un hermosísimo poema. El público aplaude su talento. Nadie lee sus versos.