(Este poema se publicó en el número 21 de la revista literaria El fantasma de la glorieta, que se puede consultar AQUÍ. )
I
Era 20 de julio de 1969,
pero yo lo ignoraba.
No hubo
en 4.500 millones de años
nada más que nada,
en este país sin erosión ni viento.
Un todo que es nada,
y la nada que es todo cubriéndolo todo.
Y de repente ¡tú! un aleteo súbito.
Un leve roce ingrávido
que fue mi sacudida interna
tú despertar en estremecimiento
tú bendita caricia de arrabal planetario
todo se mueve
tu pie en mi lomo
y ooooooh marabunta de
monos silex pirámides papiros olimpiadas legiones estatuas acueductos indios tótems murallas caballos fosos fábricas guerras películas sollozos carcajadas asombro espanto desaliento de muerte delirio de orgasmo lluvia de besos temblor de labios estallido de olas mordida de alacranes suspirar amasar rendir congelar la sonrisa matar una rana escalar la montaña y un
latido
(bum-bum)
traspasado.
II
Y te fuiste.
Como nunca había tenido compañía,
solo entonces conocí la soledad.
solo entonces conocí la soledad.
Los restos que dejaste (las huellas, mediciones,
los viejos instrumentos)
los viejos instrumentos)
huelen como todo a cementerio.
Qué lástima viajaste tanto
sin descubrir lo que yo sé ahora:
que el tiempo se puede detener
y sucederse las rotaciones y las órbitas,
porque el abandono y la eternidad
no son sino una misma cosa.
y sucederse las rotaciones y las órbitas,
porque el abandono y la eternidad
no son sino una misma cosa.
He forzado a todos mis átomos
a escudriñarte allá al fondo
en el planeta agua
qué haces dónde estás tienes como yo
tanto frío.
Los he forzado a romper a hablar
solo para decirte:
vuelve
tráeme
un día de primavera
Tráeme aunque solo sea
aquel aroma tibio
de café.